MANOS ATADAS
Manos restringidas,
ofrenda en suma confianza,
tú, ahí, como en un altar
siendo dádiva entre respiraciones,
respiraciones que van a lo prohibido...
tú, ofrenda a lo sagrado sobre ese altar
a manos restringidas.
Manos restringidas, tus manos
atadas al cabecero de latón, entre sus formas art nouveau, dorados, negros,
ahí, tus manos restringidas con la suave cuerda de algodón, aprisionando tus
muñecas, extiendo tus brazos sobre tu cabeza, atada, observándome atarte,
escuchando atentamente los cambios sutiles en tu respiración, pasando la
cuerda, una, dos, tres veces sobre tus muñecas a suerte de nido de serpientes,
restringiendo tus manos, atándolas al cabecero de latón de la cama, tus manos
confundiéndose entre las formas doradas y negras, manos escondidas,
restringida, con los brazos sobre tu cabeza, respirando a segundo cada vez más,
observándome, intentando descifrar el siguiente momento; atada, como si fueras
ofrenda a lo sagrado y a lo prohibido en una suerte de ritual arcano a seres
primigenios para invocar el nacimiento de una estrella devoradora de estrellas;
tú, ahí, con las manos restringidas, manos que empiezan a danzar, a moverse,
inquietan comienzan a tensarse, intentando torpemente la libertad, no lo consiguen;
tus manos se inquietan, se vuelven salvajes, aquello escondido entre las formas
de hojas y flores del cabecero de latón busca lanzarse sobre mí, no puede, tus
manos restringidas, atadas con la cuerda de algodón, suave, acariciándote con
frenesí al frenesí selvático de tus manos intentando desprenderse; tus manos
enloquecidas, buscando liberarse, tus manos se toman fuertemente del cabecero de
latón dorado y negro, intentas romperlo, doblarlo, liberarte entre los jadeos
que tu voz impoluta, llena de pecados desprendiéndose de tu boca, en jadeos,
envolviendo tus manos al abismo de la locura que muerde a la muerte y la vida,
vibra el cabecero de latón, lo tomas fuertemente, lo sueltas, tus manos
imploran estallar, desvanecerse junto a ti, reconstituirse átomo a átomo,
rezando comprender el placer indómito sobre tu carne, en tu sangre, más allá de
tu pensamiento, penetrando tu alma, sucumbiendo al acto ritual donde tu placer
estalla y llama lo primigenio al andar del caos, ahí, en ese último instante,
tu voz me alcanza, perfora mi pecho, exigiéndome en plegaria apócrifa al
exclamar mi nombre y respondo a tu cántico "gime en mi boca". Tus
manos arden, motores destructores del todo, atadas, tú, restringida con los
brazos sobre tu cabeza, atada al cabecero de latón dorado y negro, tus manos,
tensas, como corazones electrificados y, en un silencio roto por el suspiro más
amoroso de nuestros cuerpos, tus manos se relajan de a poco, se convierten en
agua, se diluyen mientras escuchan los besos sobre tu rostro, mientras una
torpe mano mía libera tus manos...
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