Danylú

Danylú nuevamente se sentó debajo de la ventana del balcón y comenzó a escribir su sueño, pasó minutos mirando el cielo buscando la luna y al verla comenzó a platicarle ese sueño; Camilo se acercó para invitarla a jugar, pero ella no tenía humor, especialmente ese día no tenía humor, el niño preguntó el porqué y Danylú respondió:

 

—Nada...

 

Ella empezó a responder con esa palabra cuando no tenía humor de hablar con alguien. Danylú, cuando está de humor, les contaba quién era: ella pertenece a la Luna, no sabe cómo, pero llegó a nuestro mundo; extraña jugar con Duli, su mascota, así le llamó apenas le vio, no ha explicado bien, pero parece que es una mezcla entre conejo y gato, con ojos muy grandes, ronronea, pero también hace un sonido chillón en variante de la palabra Duli.

 

A veces se despierta a mitad de la noche, camina a escondidas y se queda en el balcón llorando y preguntando por qué no vienen por ella. Por la mañana se despierta antes que todos los niños en la Casa Hogar para irse a la cama a fingir que estuvo durmiendo ahí.

 

La pared de su cama está llena de dibujos de Duli, de algunos jardines que ella visitaba en la Luna y de Marl, su mejor amiga. Era muy similar a ella, pero Danylú una vez dijo que ella tenía una luna negra en su ombligo, que eso era el rasgo más significativo de su amiga.

 

—Yo también tengo una luna —dijo una vez—, pero no sé qué pasó. La tenía en mi frente, cuando me peinaba la veía brillar —se tocó la frente con ambas manos—… ahora no sé.

 

Juega con otros niños, hay más niños que niñas, ella y Marianela, pero no convivieron mucho, pero no se llevaban mal. Era común verla de Mario, Xavier y Juan, ellos siempre quisieron escuchar las historias de Danylú sobre la Luna, una vez Mario dijo emocionado que fue nombrado caballero lunar al servicio de la protección de la princesa Danylú, al igual que Juan y Xavier. La cuidaban mucho, le llegaban a decir “Milady” para referirse a ella. Pese a todo eso, la pequeña se sentía triste en muchas ocasiones, a veces no se levantaba de cama, decía tener fuertes dolores de cabeza, se le daba medicamento y pasaba bien el momento; ella decía que el aire de la Tierra le estaba afectando, que necesitaba regresar a la Luna.

 

Pasaron algunos meses, Juan y Xavier fueron adoptados, sólo quedó Mario al servicio de su princesa, incluso, un día de adopción fingió un terrible enojo para no ser adoptado y seguir al lado de Danylú. Esa noche, la pequeña habló con Mario:

 

—Gracias por seguir conmigo, Sir Mario —dijo Danylú— pero pronto vendrán por mí, regresaré a la Luna.

 

—Llévame, Milady…

 

Danylú aceptó con la condición de que él no debería extrañar regresar porque se caería de la Luna y ya no podría regresarlo. El pequeño se levantó recto, como un soldadito y dijo firme: —¡No le fallaré, Milady!

En los meses que pasaron, nuevos niños y niñas llegaron, se fueron, algunos estuvieron momentáneamente en lo que se resolvía su situación, pero todas las niñas y niños conocieron historias de la Luna que contaba Danylú; unos otros formaron, temporalmente, de la corte de la pequeña princesa hasta que llegó ese invierno que nadie olvidará.

Cierta mañana de enero, Danylú no se despertó antes que los demás, la encontraron recostada bajó la ventana del balcón, temblando, con fiebre; sus labios estaban azules, casi no respiraba. La llevaron de inmediato al hospital. Se pensó que la pequeña sufría de migrañas o de dolores de cabeza ocasionales por su forma de vida de andares nocturnos al frío de la ventana del balcón, pero nadie hubiera imaginado que tenía una enfermedad silenciosa que fue comiendo la vida de Danylú.

 

Ese lo pasó en el hospital, durmió ahí, fingió dormir ahí, pero se levantó pese a su condición buscando una ventana… y fue la última vez que miró la luna.

 

Por la mañana se dio la noticia, se hizo todo el trámite en el hospital y de inmediato la Casa Hogar se encargó del funeral. Los niños esperaron noticias de Danylú, por cuestiones de adultos, ellos no pudieron estar presentes ni siquiera para despedirla. Por la tarde noche se reunieron a todos para explicarles qué había pasado y comenzar a hablar con ellos, de la manera más cálida, la partida de Danylú. Al parecer, algunos aceptaron, otros preguntaron y algunos más lloraron… pero Mario, él comenzó a llorar muy fuerte, salió corriendo hasta la puerta, pero ya estaba cerrada, quería salir. Sólo decía: —No me llevó, no me llevó; Milady no me llevó con ella a la Luna…

 

Desde ese día, Mario se encargó de decirles a todos que Danylú se fue a la Luna, que los estaría observando. Los dibujos de ella los colocó en el muro de su cama, cuando se le preguntó por qué lo hizo, respondió que ahora él iba a cuidar de sus cosas por si un día regresa a visitarlos, que era su deber como Sir Mario, Caballero Lunar.

 

Mario fue adoptado, tuvo una buena vida amorosa y sin carencias, estudió durante años para llegar a ser un reconocido ingeniero astrónomo, al punto, que su trabajo fue de contundente ayuda para la carrera especial de la humanidad, por su aportación, el sistema autotripulado, le preguntaron si quería colocar un objeto dentro para dejarlo en la luna como si fuera una ofrenda y una cápsula de tiempo en el espacio para futuras generaciones; Mario pidió que pusieran los dibujos de Danylú. Se le preguntó el motivo, él respondió:

 

—Prometí guardar todo esto para entregarlo a su dueña… la princesa de la Luna, la princesa Danylú.

 

 

 

 

 

 



Comentarios

Entradas populares