La escultura


Las mejores personas son aquellas que nos dejan su mensaje como una semilla dentro de nosotros, que con el paso del tiempo germina y nos brinda enormes frutos, de los cuales, se vuelven semillas para las demás personas. Una persona que implanta en nosotros una semilla de esperanza, alcanza la eternidad mediante su mensaje…


Hace tiempo, en una ciudad del Norte de México; un escultor de edad avanzada del cual no se sabía mucho porque su vida ha sido muy enfocada a sí mismo, sus creaciones, su imaginación; fue contratado por el gobernador de esa ciudad para crear una escultura en homenaje a lo que él consideraba lo más puro de la humanidad: la esperanza. El escultor que tenía un estudio con grandes maestros literarios convertidos en libros y muchas herramientas de pintura, meditó durante algunas noches y sus días bajo su ventana, ahí, observando la ciudad y poder lograr transmitir a su creación la esperanza. Observó todo lo que pudo observar pero veía caras tristes y caras con máscaras en dondequiera que él mirara.
Con cada día se daba cuenta del por qué el gobernador quería una escultura que denotara la esperanza, y era porque la ciudad ha perdido esa esperanza; y que la gente en esta ciudad no es feliz y finge ser feliz. El dinero, las preocupaciones, el amor artificial, las quejas mal hechas sin propuestas, la pérdida de valores y de sus letras; todo un compendio perdido que sólo la llegada de la esperanza salvará a esta ciudad.

En uno de esos momentos donde se dice que llega la inspiración, el escultor bajó a su taller y empezó a fundir bronce y hierro; realizó una estructura para su obra. Pasó varios días ahí metido hasta que terminó lo que él consideraba su mejor obra, su obra maestra. Habló con el gobernador de inmediato para informarle de que ha finalizado tan honorable tarea y al día siguiente llegaron unos hombres fuertes en un camión para llevarse la escultura bien envuelta en mantas blancas para colocarla en el centro de la ciudad.

El día de la develación oficial de la escultura que regresaría la esperanza a la ciudad, hubo una banda tocando todo el tiempo, globos de colores en todos lados y una pancarta enorme con la leyenda: “¡Bienvenida esperanza!” Era una gran fiesta, la cual culminaría al momento de quitar las mantas de la escultura. El gobernador a media tarde, dio un discurso donde se protagonizó con todo el crédito de la obra pero al escultor no le importaba la fama, sino el mostrar su pieza maestra. Tronaron cohetes, la banda a todo pulmón y el repique de las campanas de las parroquias, todos a la expectativa de la escultura que regresaría la esperanza a la ciudad.
Al finalizar el discurso, el gobernador jaló la cuerda para descubrir dicha pieza. El silencio fue sepulcral…
La estatua era un hombre de pie, vestido con un traje elegante, las piernas un poco separadas como a la distancia de sus hombros; los brazos a los costados y levemente separados del cuerpo. En la mano derecha tenía un martillo y la otra estaba completamente abierta. El color de la estatua era gris pero en varias tonalidades de gris que daban un efecto de claroscuros en todo su cuerpo, pero lo más sorprendente es que este hombre estaba en posición como esperando algo o alguien, pero sin rostro. Tenía la forma del rostro pero no había nada en él. No tenía una máscara, sólo no tenía rostro.
El escultor estaba llorando de emoción al ver su obra maestra pero la reacción de la gente convocada fue de enojo y comenzaron a abuchear, maldecir y otros más agresivos tenían la osadía de aventarle cosas a la estatua. El gobernador muy molesto, hizo apresar al escultor bajo los cargos irrisorios de abuso de confianza, mal uso de los fondos del gobierno y faltas a la moral. No era de extrañarse que también lo acusaran de traición a la patria. Los policías se lo llevaron pero el escultor nunca dejó de mirar su obra a pesar de que le arrojaban basura a su creación, él estaba feliz.
Pasada la tarde, la multitud se disipó pero una niña con una hermoso vestido blanco como esas muñecas de porcelana de los días nostálgicos y con un libro bajo el brazo. Una hermosa niña de pelo negro y lacio, ojos profundos de marrón intenso, piel blanca y un rostro hermoso como ángel del más brillante cielo. Esta niña se acercó a la estatua y con su pañuelo comenzó a limpiarla un poco, luego se sentó a los pies de la misma y empezó a leer su libro.
Cada tarde desde que develaron la escultura, esa niña iba a sentarse a leer un libro. Al tercer día, unos niños se burlaban de la estatua antes de que llegara la niña con su libro; se subieron hasta la cabeza para pintarle un rostro de payaso. Los niños se fueron riendo de su travesura y cuando llegó la niña, una lágrima rodó por su mejilla. Dejó el libro en el piso y como pudo, se subió hasta el rostro, con fuerza limpiaba la escultura. La niña lloraba y lloraba por lo que le hicieron a ese hombre de bronce y hierro. Pasó la tarde y parte de la noche limpiándola, cuando al fin termino, abrazo el rostro sin rostro de la estatua y le dijo: “No porque no sonrías todo el tiempo, no significa que no eres feliz”. Le dio un beso en donde debería estar la mejilla y con mucho cuidado bajó.

Mientras tanto, el escultor en la cárcel se sentaba a mirar por la ventana con barrotes; él ya no comía, no quería comer nada por qué estaba triste, muy triste por lo que le habían hecho a su obra maestra. Al séptimo día de la develación, el escultor cayó al piso porque su cuerpo no resistió la depresión que le fermentó durante todo este tiempo. Nadie extrañó ni preguntó por el viejo escultor; le dieron una sepultura de anónimo y lo enterraron con olvido. Esa misma tarde, la niña volvía a la estatua a leer un libro pero llegaron camionetas con cadenas y mucha gente que reclamaba el quitar la escultura. La niña lloraba al ver las acciones de las personas y un par de mujeres tomaron con fuerza a la niña para que los hombres pusieran las cadenas alrededor de la estatua y las camionetas la derribarían. En un descuido de esas dos mujeres, la niña se liberó de los brazos que la aprisionaban y fue a abrazar a la estatua, y llorando le decía: “No porque no sonrías todo el tiempo, no significa que no eres feliz”. Los hombres de las camionetas no se percataron de la niña y los gritos de las personas no fueron escuchados por los motores de esas máquinas. La estatua cayó, pero la niña estaba debajo de dicha estatua. Las personas se acercaron al lugar con extremo silencio y pesar; a los hombres de los vehículos les informaban lo que pasó y empezaron a llorar como las demás personas reunidas en ese lugar. La voz de un hombre gritaba: ¡No está la niña! ¡¿Dónde está la niña?!
En eso, una luz brillante como el sol comenzó a emanar desde abajo de la estatua y se revelaba la identidad de esa pequeña.
Una mujer hermosa de túnicas blancas ondeando por todo su cuerpo, con hermosa piel blanca de porcelana, larga cabellera negra y un rostro lleno de belleza deslumbrante, y semblante sereno. Un par de alas blancas extendidas que impresionaban a todo el espectador que ahí se reunía. Esa mujer los miró con decepción, se llevó las manos al rostro y comenzó a llorar dolorosamente. Luego se hincó ante el hombre de bronce y hierro, y parecía que ella le acariciaba el pelo con sus manos, como consolándolo de ser derribado.
Las personas se volvieron en llanto ante la imagen que observaban. Un hombre se limpió el rostro con su brazo y con una expresión de coraje, fue hasta la estatua caída, y con sus manos intentaba levantarla; los demás al verlo, siguieron su ejemplo. Usaron lo que tenían a la mano como tablones, cadenas, piedras y mucha fuerza humana. Después de varios intentos y mucho esfuerzo, levantaron la estatua para colocarla en el lugar que estaba. Todos gritaban de júbilo por su acción y la dama de luz con alas, sonreía, miraba a las personas muy agradecida. Los vecinos cercanos trajeron comida y bebida para los demás. Inflaron globos, la banda se reunió y tocó toda la noche. La ciudad estaba llena de alegría. Esa dama de luz comenzaba a destellar con gran fuerza, y voló a las estrellas para convertirse en un astro más en el cielo pero era una estrella que brillaba más que el resto de sus compañeras estelares.

Desde entonces, la ciudad cambio por completo. Todos eran felices, amables unos con los otros, y así durante varias generaciones. Una gran época de paz y prosperidad para sus familias y habitantes de esa nueva ciudad.
Los visitantes que llegaban a la ciudad, les extrañaba que el icono más representativo de ese lugar fuera una estatua de un hombre sin rostro pero no faltaba un habitante que relatara el porqué de la estatua y lo que significa para ellos.

En la base de la escultura, recientemente le han añadido una placa en bronce muy bonita con la siguiente leyenda:

“¡Bienvenida la esperanza!”
-Escultor anónimo-


-Luis Antonio González Silva-




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