Historia de un amor

Dentro de un bosque en plena tormenta, donde centellas, relámpagos y truenos caían; invadían la tierra. En esa noche, una rama fuerte de un árbol frondoso soñaba con el viento pero cayó a causa del rayo y su estruendo. Pasaron días en que alguien al bosque visitara. Un hombre de ya muchos años en los ojos, con la caoba obscura en su piel y la blancura de las nubes en su rostro se posaban. Arquímedes es su nombre. Él viaja a los bosques a pensar, recolectar una piedra o madera para pasar el tiempo y esta vez cuando visitó el hogar de los santos inmortales verdes, observó con detenimiento la rama que la tormenta ha dejado en el suelo. Algo a él le decía que esa rama, ahora madera en el piso, tenía un sueño que le habían arrancado los dioses del trueno; hubo una conexión mágica, de esos momentos que vemos en los cuentos de hadas. Él tomó con sus brazos el trozo de árbol, lo arrastró hasta su casa, una leve cabaña lúgubre pero cómoda para sus necesidades de observar la vida que no le correspondía.
Dentro de la cabaña paso 21 días sin salir de ella, viviendo de carne seca, agua y algo de fruta; pero fueron días en que estuvo tallando, cortando y lijando madera. Arquímedes pensaba que le hacía bien vivir tan lejos porque hace muchos veranos, él y su esposa caminaban por la ciudad donde se habían enamorado. Paseaban y caminaban, enamorándose cada tarde, cada día más. Eran tiempos difíciles, rumores armados y conflictos sin motivos mas que la idea de independizar a los de abajo de los de arriba. Esa tarde caminando; era la tarde más hermosa en muchos años, las aves cantaban en júbilo del día, las flores sin rostro pero sonreían. Era la tarde más hermosa jamás escrita y no era necesario describirla porque era tan hermosa que se debía vivirla. Las aves callaron, emprendieron el vuelo. Se escucharon truenos pero las nubes eran tan blancas como la pureza de un sueño; hombres desgarbados con sed y hambre de algo, y con bastones humeantes en mano; gritaban el júbilo del cambio. Más estruendos fueron escuchados, la paz fue interrumpida por dar paso a los cambios con ideas revolucionadas con libertad y años de gran paz. Arquímedes protegió a su esposa de las palabras de plomo que escupían las armas humanas, bastones de muerte. En el último acto de amor; ella, su esposa, giró y abrazó a su amado esposo, un trueno le partió la piel, llegó a sangrar su alma y su cuerpo. En último suspiro después de ese último acto de amor; ella dijo apagando su luz en los brazos de él: “Yo siempre estuve más enamorada de ti, esposo mío. Pensar en vivir sin ti es la peor de las muertes. ¡Vive, Arquímedes!, que yo viviré en cada parte de ti…” Con el corazón completamente destrozado, hizo frente a su dolor. En sus brazos, su amada murió. No le dieron oportunidad de despedirse de ella con un beso en la frente porque de un golpe encontró el suelo por ser considerado un hombre que simbolizaba estar en contra del cambio, un cambio que Arquímedes desconocía, un cambio del cual no formaba parte, mejor dicho, un cambio que le destrozó la vida.


Arquímedes salió al día 21 de su cabaña con un hermoso objeto en sus manos. Quito madera, talló hasta que sus manos quedaron entumidas del dolor, perdió toda sensibilidad en brazos por días pero su meta alcanzó. Hizo con la madera una hermosa bailarina de ballet, con una pierna en el piso, la otra al viento y las manos alcanzando el cielo. Era hermosa su bella escultura que lijó arduamente, puso empeño en cada detalle como las formas de sus ropas, rostro y manos. Hermosa bailarina de la madera que hace días de un árbol por un trueno cayó. Le dio el sueño que tenía, soñaba con el viento y ahora, es una bailarina que danza pero pareciera que viaja en el mismo viento. Orgulloso de tal proeza, regresó al bosque muy cerca de una cascada donde el arcoíris era eterno. Colocó la bailarina sobre una roca, él se sentó enfrente a ella para admirarla por horas y comenzó a recordar a su amada, Leonora.


Él, caminado por las calles de una vieja ciudad, tan vieja que aún la historia se escribe en ella; caminaba con su atuendo recién hecho a su medida con telas no muy finas, pero parecían. Sabía que todo su dinero se había gastado, pero él soñaba con pasear elegantemente por las calles que lo han formado. Cuándo una ráfaga de viento del Sureste le voló el sombrero y Arquímedes corrió en persecución del sombrero pero sumergido en su labor no sé percato que sin querer a una hermosa dama golpeó. Tan hermosa como el sol, con ojos acaramelados, piel de porcelana y su cabellera muy recogida, así es como se acostumbraba para las bailarinas de ballet. Al momento de verse, después de tan tremendo encuentro, se dieron cuenta de que se han encontrado. Desde esa tarde caminaron juntos por las calles que los formaron; primero en carácter de cortejo, luego en noviazgo hasta llegar a ser los mejores esposos que esa ciudad ha formado.


Arquímedes pasó algunos días sentado viendo su escultura, observó como el sol la bañaba, la acariciaba y el leve rocío de la cascada la envolvía en tiernos y pequeños arcoíris. Pasó muchos días ahí sentado, admirando el recuerdo, símbolo de esa bailarina. Miró, observó, respiraba para seguir observando; hasta que una hermosa tarde en ese bosque como nunca se había visto en años, Arquímedes se durmió y nunca más despertó. Al día siguiente, unos hombres llegaron al bosque para buscarlo, decirle que el cambio ha sido completo y que ahora la paz se respira para todos lados, hasta donde la vista alcance; al final, el cambio, y la paz han llegado.
Se dieron cuenta que el hombre ha muerto; se santiguaron en señal de respeto, le dieron una sepultura cerca de la cascada, ahí, donde obtuvo el sueño eterno. Uno de ellos se percató de la hermosa bailarina, se dio cuenta que era un magnífico trabajo en madera. La tomó con mucho cuidado porque la pequeña escultura demostraba un gran amor y dedicación en su tallado. Ya en sus manos, el hombre la examinaba con mucho detenimiento y en la base de la misma, había una inscripción:

“Yo siempre estuve más enamorado que tú, amor mío. Vivir sin ti ha sido una muerte. Ahora, nuestro amor vivirá en esta escultura, juntos, como parte de la tarde en que te conocí.”

El hombre conmovido por lo leído, miró a sus compañeros y con lágrimas en los ojos les mostraba todo lo que esa hermosa bailarina representaba. Los hombres gritaron en su júbilo y se fueron escoltando alegremente al hombre que portaba en sus manos la escultura.

Arquímedes encontró la muerte muy tarde, él deseaba morir apenas se levantó consiente esa tarde, pero las palabras de su amada le prohibieron la muerte temprana: “¡Vive, Arquímedes!, que yo viviré en cada parte de ti…” Darse la muerte temprana era como asesinar el amor por ella. Vivió años y años pensando sólo en ella, hasta que la muerte lejana lo alcanzó, así como ese rayo que derribó la rama de aquel árbol. Ahora, la bailarina de ballet hecha de madera que soñaba, se exhibe en un museo, con un nombre apropiado “La bailarina del viento” y con una inscripción en metal que conmemora el cambio que ahora se tiene, porque los hombres han considerado a la bailarina de Arquímedes, su símbolo de libertad.

Si me lo preguntan, la inscripción de libertad y simbolismo de un cambio a la paz en letras en metal para la posteridad; debió decir:

“¿Qué culpa tienen los inocentes ante los cambios que proceden con sangre?”


Sea como sea, ahora Arquímedes y su Leonora, caminan entre nubes en cada tarde hermosa.


















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