REENCUENTRO (relato)

Logró reconocerla entre los anaqueles de libros y esos aromas a páginas, a poemas, a papel viejo; pese a la edad, habían pasado más de sesenta años desde la última vez que conversaron. Tenía esa misma cicatriz cerca de la barbilla, del lado derecho; recordó ese día, jugando, por escapar de una serpiente mientras estaban trepados en ese árbol, resultó que era una soga que alguien dejó ahí. Las risas no faltaron, sabe que se conocieron ya grandecitos, de jóvenes adultos, no eran unos niños cuando se conocieron, pero actuaban como si lo fueran; escapando de la joda de los días, escondiéndose entre los árboles para comer guayabas y mangos, cerquita del río.

 

Tuvo el impulso de alejarse, subirse la gabardina y salir discretamente del lugar, pero observó que ella tiene la pulsera. Esa pulsera le confirmó una sonrisa. Mientras sostenía ese libro, intentó observarla un poco más, fingiendo que revisaba esos poemarios. No dejaba de poner atención a esa pulsera morada, cada segundo con los ojos en esa pulsera lo hacían sonreír; su corazón estaba latiendo emocionado, se preguntó vagamante si podrá reconocerlo, cómo presentarse ante ella.

 

Suspiró profundo, se armó de valor y se acercó a esa mujer; ante los años encima, seguía con ese semblante encantador.

 

—Caro, Caro, Carito, Caritito… —dijo con una sonrisa— ¿cómo has estado?

 

Carolina Hertmon, a sus 82 años, con lo último de lucidez en su vida consumida por el Alzheimer, reconoció a ese hombre. Su expresión lo dijo todo.

 

—Vaya, sí me recuerdas, Caritito —dijo.

 

—¿Cóóom.. cómm cóóm…?

 

Él sonrió, observó a su alrededor, rastreando si nadie más escucha para dejar caer su sonrisa y su mirada sobre la pulsera morada que anunciaba “Tengo Alzheimer”. Se acercó a su oído, le susurró “Te lo dije, Carito, te dije de mí y no me creíste”. Se agachó un poco frente a ella, le sonrió tomándole las manos. Intentó calmarla un poco, Carolina pareció alterarse un poco, buscando a alguien, repitiendo “Es él, es Antonio, es Antonio…”

 

—Tranquila —dijo el hombre—, tranquila, ¿alguien viene con usted?

 

Revisó la pulsera morada, aprendiéndose el número.

 

—¿Quiere que llame a la persona? —preguntó el joven con un aire de preocupación.

 

—¡¡Abuela!! —la voz de una joven, angustiada; abrazando a Carolina.

 

Ese hombre no lo podía creer, esa mujer era el vivo retrato de Carolina, aunque con una energía más salvaje, tempestuosa, pero era la misma imagen antes del accidente en el árbol. Ese mismo brillo, la mirada, la figura, ese cabello oscuro que parece un mar de noches nadando en el ambiente.

 

La joven se presentó, dijo llamarse Marianna; mencionó haberse distraído un par de segundos y su abuela comenzó a caminar. Estaba preocupada, pero recordó que ella siempre va a la librería, le gusta el aroma de los libros.

 

Carolina seguía diciendo “Es Antonio… es él”; la nieta explicó, mientras abrazaba a la señora, calmándola: “Mi abuela, a mi edad, conoció a un tipo; se acercó al joven murmurando, su primer amor, dijo. Estaba muy enamorada de él, pero mi abuela me relató que ese tipo confesó ser un vampiro y quería llevársela, pero mi Belita rechazó… y (continuó, a modo de coqueteo), aquí estoy”. Esbozó una dulce sonrisa. Agregó: “Tengo una bonita relación con mi Belita; me ha cuidado mucho, además, nos parecemos bastante; me dicen que soy ella a su edad…”

 

“Es Antonio, es Antonio, es él…” Carolina estaba calmándose, su frase era más lenta, relajada.

 

—Tal vez piensa que eres su vampiro —dijo Marianna.

 

—Sólo un vampiro que—dijo el hombre—, ha visto tanto y ha sido testigo de sueños que sólo nosotros podemos imaginar, sólo alguien así puede distinguir la belleza entre la oscuridad —sonrió—, tal vez, no lo sé.

 

Con Carolina más calmada, Marianna observó al tipo: —Eso fue muy hermoso.

 

—Bueno —respondió mirándola fijamente, sonriendo, con una mirada firme, segura, cálida, como si estuviera contemplando una hermosa estatua de mármol—, si yo fuera un vampiro, entendería de la belleza en la oscuridad… es eso o ser un poeta fracasado.

 

—¿Me estás coqueteando? —preguntó Marianna con sonrisa.

 

—Si me das tu número telefónico, podría responderte en un café…

 

 

Aquel hombre, despidiéndose al mover su brazo; la joven llevando de la mano a su abuela, mirando por encima de su hombro para cerciorarse que vivió un momento de esos que sólo están ellos libros. El joven se acercó a apagar el libro que Marianna usó para apuntar su número de teléfono, en la fila a la caja, recordó ese día cuando le confesó a Carolina su verdadera naturaleza, invitándola a fugarse lejos, pese a tener hambre por su calor; lo rechazó, ella debía quedarse, no estaba en sus planes una fuga y no volver ante los brazos de su madre y sus hermanas; con el corazón roto, ella decidió rechazarlo.

 

Al salir de la librería, observó de nuevo el número telefónico para comprobar si se lo había aprendido de memoria. Cerró el libro, lo guardó en esa bolsita, suspiro: “Será divertido, no me había reencontrado con alguien en estas circunstancias”. Sonrió y pasó su lengua por sus dientes, emocionado como cuando observó por primera vez a Carolina.

 

 

 

Luis Antonio González Silva

#CrónicasDelPlanetaTrampa

 

Imagen de Autor Desconocido


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