La carta que nunca te enviaré

¡Hola!, espero te encuentres bien.

Sé que ha pasado mucho tiempo desde la última vez que te escribí pero no lo creía necesario; eso último que pasó me bastó para entender que lo nuestro había terminado y por más que hiciera, jamás volveríamos a estar juntos. ¡Espera! Esta carta no es para reclamarte nada, estoy feliz como sé que tú lo estás también; no te quiero recriminar ni cuestionar nada. Para todo hay momentos y como la flor florece al primer rayo del sol y muere después de dar paso a la vida; así fue lo nuestro, un ciclo que me ha traído nostalgia por ser feliz.
Te escribo desde la cabaña donde pasamos un tiempo juntos. ¿La recuerdas? Es esa cabaña tan pequeña, tan rustica, que al momento de verla no pudimos contener un abrazo. Los escalones a la entrada crujían a cada paso. Quien entró primero fuiste tú, eso me gustaba mucho de ti, que no tenías miedo a lo desconocido y en algún momento que te debo confesar, creía que eras una mujer que tenía miedo a una araña, a un ratón o a cualquier otra alimaña; pero no era así, eso me frustraba a veces porque en el rol de hombre quería protegerte de todo pero tu iniciativa era tan fuerte que no tenía que protegerte de nada, al contrario, creo debía proteger al mundo de ti. Esa cualidad tan única que tenías me hace pensar que en estos momentos eres feliz.


Dejé las maletas a un lado de la puerta, te miraba tan detenidamente porque recorrías el pequeño lugar, lo inspeccionabas bien como si la cabaña esperara tu aprobación. Sólo existía una habitación, era cómico pensar que la cama fuera el sofá y que la cocineta estaba a un lado de la misma, sólo la separaba un pequeño muro de madera; la mesa muy cerca de ella. El baño se encontraba afuera; cuando te comenté la idea de ir a este lugar pensé te opondrías pero es más grande tu espíritu aventurero que no hubo mucho a explicar para convencerte y eso que te dije que el baño estaba afuera pero el ver la emoción en tus ojos al describirte la chimenea fue suficiente para que aceptaras con una hermosa sonrisa tuya. Ya en la cabaña, me miraste desde el otro lado de la habitación, corriste hacia a mí para abrazarme, sólo puede corresponderte con una sonrisa.
¡Es perfecto, me gusta! —Dijiste.
La verdad, no sabía si tu comentario fue para mí o para la cabaña que esperaba tu reacción de aprobación; como sea, en ese momento estaba feliz por estar contigo. Me apartaste de ti y entrecruzaste las manos: ¿Qué debemos hacer ahora? —Estabas muy emocionada, esperabas indicaciones, era muy tierno el verte así, descubriendo un mundo nuevo. Te dije que abrieras las ventanas (una por cada pared en la cabaña), que desempacaras algunas cosas mientras iba con el dueño del lugar por algo de leña para la chimenea. Antes de salir te hice la indicación que no usaras la parrilla de queroseno hasta que llegara; sé que te recuerdo así pero tu curiosidad es la ternura encarnada, y sobre todo, enmarcada por ese par de hoyuelos que se dibujaban en tus mejillas. No tarde mucho en regresar con un bulto en la espalda cargado con algo de leña, de hecho, quería que me vieras hacer dicha tarea para demostrar mi hombría, sí, lo sé, es tonto pensarlo pero cada acción que tenía para contigo era para demostrarte lo mucho que quería protegerte y hacerte sentir segura. Pero no estabas mirando, estabas desempacando, estabas haciendo del espacio nuestro.
Dejé la leña en la puerta, entré a la cabaña y estabas muy entretenida con tu tarea de desempacar, lo que nunca olvidaré es que me recibiste con un: “¿Ya llegaste, mi amor?” pero fue una frase tan sarcástica… recuerdo ese tono de voz que usas cuando algo te molestó. Solo me dirigí hacia ti y te abracé por detrás, con mi rostro aparté algo de tu cabellera rizada, besé tu cuello para que después reposara la cabeza sobre tu hombro derecho.
Sí amor, ya llegue. ¿Qué hay para cenar? —Contestando ese tono de burla que me hiciste.
—Pues nada, no hay nada para comer. Me prohibiste tocar la parrilla. —Te besé la mejilla, sonreí.
—No te prohibí tocarla. Sólo dije que no la tocaras.
Te querías desapartar de mis brazos pero no te dejé, solo te di la vuelta para ver ese ceño fruncido, esa mueca en tu rostro al ver que alguien te prohibía algo. —Esas parrillas tienen truco, y quiero mostrártelo. No me hubiera gustado verte sin cejas al regresar.
Te solté, pero solo fue para tomarte de la cintura y acercarte a mí. Fue el primer beso en esa cabaña, sé que no fue el más tierno que tuvimos pero fue un beso por el cual mataría mil pensamientos y un millón de ideologías porque fue un beso tan lleno de la pasión por tanta felicidad de estar ahí contigo. Lo curioso es que si estabas molesta, fue poco lo que le importó a tus labios porque ellos no se separaron de los míos.

La noche había llegado a nuestro pequeño pero enorme mundo. La chimenea comenzaba a ser alimentada con la leña y ésta tronaba por las caricias del fuego. Como recuerdo que estábamos los dos muy juntos en ese sofá que era nuestra cama, nos abrigamos con una cobija en ese momento tan nuestro, tan íntimo que no quería que terminara nunca. Te volteaste a hacia mí para mirarme con ese par de ojos verdes que con la luz del fuego parecían más vivos de que como los he recordado en sueños, me dijiste te amo, y me hiciste prometer que no llevaría a nadie más esta cabaña.
Me preocupo un poco tu comentario pero acepté tu promesa, respondiéndote que tú serás la única en este lugar porque contigo no tendría a nadie más; te besé, después de mirarte una vez más a los ojos, te dije que quería envejecer contigo, quería pasar todos los días de mi vida contigo. Me abrazaste con tanta fuerza que supuse fue una respuesta a mi proposición; pero soltaste en llanto, no entendí por qué, me miraste para acariciarme la mejilla con tu mano, pasaste tus dedos por mis labios y los besé, era como si en plena penumbra quisieras reconocer todo mi rostro. Tu llanto contagió un sentimiento que una lágrima rodó por mi mejilla, la recogiste con tu dedo y me volviste a besar.
—No llores, eres mi hombre, él que me cuida, él que me protege de cualquier cosa, el hombre que trajo la leña a esta cabaña y eres el hombre que no quiero ver llorar jamás.
Tomé tu mano con la mía y sentí esas cicatrices en tu muñeca, tenía el presentimiento del por qué te las habías hecho pero nunca te pregunté, nunca lo hice. Sólo puse tu mano en mi rostro como encontrando consuelo, la besé para reflejarme en tus hermosos ojos. —Te prometo que no me veras llorar. —Te soltaste de mi mano y con ambas me tomaste el rostro, con una mirada fija en mi alma, dijiste:
—Pase lo que pase, no quiero verte llorar. —Me besaste de forma tan tierna, que sólo dije: “Así será”.



Esa noche fue solo nuestra y de nadie más, esa pequeña cabaña ha ocultado tanto siendo fue testigo de lo que ahí vivimos. Ahora que estoy en ella, el ambiente no es igual, vine aquí para continuar mi libro, la historia va muy bien aunque me sentí un poco bloqueado. Después de caminar por la oscuridad de la noche en este lugar, mire a las estrellas y juro por mis recuerdos que escuché tu risa con esa dulce voz que me repetía “Te amo”. Sentí la gran necesidad de escribir esto, de que estés a mi lado; hoy te extrañé, sentí que la cabaña a cada minuto se hacía más estrecha sin tu presencia.

Tengo tantas ganas de entregarte esta carta pero no lo haré. Hace tiempo que no he ido a tu tumba, hace tiempo que te fuiste, hasta me atrevo a decir que esa noche en la cabaña sabías que esto pasaría, ahora comprendo tu llanto y tu felicidad en ese momento. Tengo tanto miedo de ir a donde ahora descansas porque no quiero que me veas llorar. ¿Lo recuerdas? Me dijiste que no querías verme así, por eso fui muy fuerte al momento en que me confesabas tu enfermedad y no lloré el día de tu muerte, pero tengo tantas ganas de hacerlo, quiero llorar tu ausencia, quiero sacar el dolor de tu perdida de mi espíritu, quiero gritarte con lágrimas en mis ojos lo mucho que te extraño pero tengo miedo de llorarte porque dejaría escapar el ultimo recuerdo de ti. ¿Pero sabes? es tan grande mi promesa que no lo haré, aún soy fuerte solo por ti. Te prometí que no me verías llorar pase lo que pase y así será.
No hay mucho que contar de mí, he cumplido y vivido sueños que ya te había comentado… estarías muy orgullosa de mí, estoy seguro de ello. Me he dejado crecer el pelo, sólo por intentar algo nuevo; me hubiera gustado que me escucharas en la radio, ¿te acuerdas cuándo solo jugaba y me emocionaba con la idea de hacer radio? Dijiste que serias mi fan número uno. He dejado la pintura a un lado pero conservo los oleos que me regalaste, ahora me he inclinado más por la escultura aunque el tallar madera me relaja, me siento como un artesano de aquellos ancestros ayeres. He vivido tanto, pero siento que ha sido tan poco y no me arrepiento de nada. También quiero confesarte que me he vuelto a enamorar, no una, sino algunas veces ya. Cada que eso pasa, mi corazón renace pero aún estás cerca, hay una parte de mi ser que te cuida, te protege de cualquier cosa. Cada día que me despierto estás conmigo, como te lo dije esa vez, quiero que pases todos los días conmigo y así es. Tu recuerdo no me entristece, al contrario, me da más fuerza para vivir. Me has dado una de las más grandes lecciones. “Siempre vive, para vivir mañana”

              Te amo…

                         …pero creo eso siempre lo supiste.






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