Ella se llama Cirse

Cirse estaba sentada sobre la vereda, su mente estaba hecha un nudo; el calor se desprende del sol para llegar a su rostro, observó aves, observó a un perro vagabundo que andaba en busca de su comida dentro de las bolsas de basura de los vecinos; respiró, sólo respiró profundamente, cerró los ojos y metió su mano dentro de sus bolsillos del pantalón para sacar sus audífonos, los conectó a su teléfono, abrió el reproductor. Pensó, pensó qué escuchar, pensó tanto lo que debía reproducir para calmar a sus ángeles y a sus demonios que tenía dentro de su mente: ‘cuentas por pagar, la llamada que no llega, los mensajes que se perdieron, el dinero en su bolsillo, las monedas que se han caído, su mirada ante el espejo, una familia que le agobia con las preguntas de siempre, aquella blusa que quiere, y un sinfín más de cosas que no la dejan en paz’. Quería paz.
Volvió a suspirar, se colocó los audífonos, siempre equivocándose cuál es la R y cuál es la L; pensó en que el azar decidiría su estado de ánimo… ¡No! (pensó), ya no quiere depender de ello, sólo buscó, buscó la canción adecuada.
Se levantó. Ahí estaba ella... (“On veut faire de moi c’que j’suis pas”) caminó al ritmo que llegó a sus oídos al tener los audífonos, fue caminando, (“Mais je poursuis ma route j’me perdrai pas / C’est comme çahace”)  la vida que giraba a su alrededor fuera a su paso (“Vouloir à tout prix me changer / Et au fil du temps m’ôter ma liberté”). Bailó en cada paso, (“Hereusement, j’ai pu faire autrement / Je choisis d’être moi tout simplementsonriendo”), danzó de regreso a casa.
El sol entre las ramas de los árboles (Je suis comme ci /Et ça me va / Vous ne me changerez pas  / Je suis comme ça  / Et c’est tant pis  / Je vis sans vis-à-vis”), las aves que parecían ir cantando con ella, (“Comme ci comme ça”), que la vida cambia (“Sans interdit”), todo se desprendió de las escalas de grises y su mirada se inundó de color (“On ne m’empêchera pas  / De suivre mon chemin / Et de croire en mes mainssiente”).
Chasqueó los dedos, fue, andaba, danzó, siguió la música al tararearla, cantó, como si fuera ella viviendo en uno de esos vídeos musicales y pareciera que invocó su vida al ritmo de la música (“Ecoute, écoute-la cette petite voix / Ecoute-la bien, elle guide tes pas  / Avec elle tu peux échapper”). Saltó un charco, se sujetó de un poste de luz para ir caminando; comienzó a bailar en cada paso (“Aux rêves des autres qu’on voudrait t’imposer / Ces mots là ne mentent pas / C’est ton âme qui chante ta mélodie à toi”).
El sol tenía nuevos matices de calor, fue andando feliz (“Et ça me va / Vous ne me changerez pas / Je suis comme ça”), siguió los acordes de la canción (“Et c’est tant pis / Je vis sans vis-à-vis / Comme ci comme ça”). Las pocas monedas de su bolsillo parecieron no importar, no había problemas, no había dudas, no había cuentas por pagar (“Sans interdit / On ne m’empêchera pas / De suivre mon chemin / Et de croire en mes mains”); se sintió libre caminando por las calles rumbo a su casa, las lágrimas se habían ido, la angustia se perdió; se miró en el reflejo de una ventanilla de un automóvil estacionado, y miró, se sonrió, se acomodó el pelo y siguió su andar (“Si c’est ça, c’est assez, c’est ainsi / C’est comme ci comme ça / Ca se sait, ça c’est sûr, on sait ça / C’est comme ça comme ci”).
Los perros del vecino ladraron, no los escuchó, los observó cantar junto a ella al compás de la melodía (“Je suis comme ci / Et ça me va / Vous ne me changerez pas / Je suis comme ça / Et c’est ainsi /Je vis sans vis-à-vis /Comme ci comme ça”). Buscó las llaves para entrar a su casa, tardó en encontrarlas, no le importó, siguió danzando, sintió que era parte de este vídeo musical que se había imaginado (“Sans peur de vos lois / On ne m’empêchera pas / De suivre mon chemin / Créer ce qui me fait du bien”). Cerró la puerta, dio un giro, uno más y colocó las llaves donde siempre (“Si c’est ça, c’est assez, c’est ainsi / C’est comme ci comme ça”), y la canción terminó…

Se retiró los audífonos, silencio, sólo silencio dentro de su hogar; encendió el ventilador, el vecino comenzó a hacer reparaciones caseras, moviendo metales, ruido de escobas y gritos entre su esposa llegaron a oídos de Cirse; los perros de afuera ladraron a otra persona, la bocina del repartidor de tortillas, un camión ruidoso… suspiró. Se dirigió a su refrigerador, hay cuentas por pagar, correspondencia que debe contestar, su teléfono celular reclamó atención, el lavabo tenía una nueva gotera y la cortina de la ventana de su habitación tenía otra rasgadura por la protección metálica de la misma…
Cirse sabía que no le podía dar la vuelta a nada, que no podía desaparecer y ser viento; sujetó con su mano los audífonos, se los colocó y reprodujo con mayor volumen la canción. Volvió a sentir la música, chasqueó los dedos y bailó, nadie la veía, es ella, sólo danzó y estaba feliz.

Reparó el lavabo con lo que tenía a la mano, dejó de gotear; sonrió, fue por las cortinas y con algo de hilo reparó la rasgadura, lo necesario, lo suficiente para que se viera una cortina decente; observó su teléfono y era su mamá, lo más seguro (se dijo a sí misma) preguntando por el amor; sonrió, no pensó contestar. Las cuentas por pagar, pues, sabía que no lo haría ese día pero no las dejaría amontonarse en su mente; ya saldrán… se dijo entre sonrisas. Sabía que todo se resuelve, que todo lo puede si es que pone sus manos en marcha, si tiene el corazón con el ritmo preciso para empujarse y jalarse a culminar sus pendientes.
No había ruido, no le permitió a su mente jugar con ella y agobiarla, sólo hay música que la hacía bailar y le ayudó, le estimuló a seguir, a no dejar nada en el baúl de “lo que quiero dejar en el olvido” porque nunca se va.
Tomó tu teléfono… —Mamá, hola… ¿cómo estás? Oye, vi tu mensaje. ¿Quieres saber? Sí, ajá, está bien. Pues mira, estoy tan ocupada trabajando y haciendo mis cosas que no me da tiempo para el amor, si quieres, ayúdame, préstame un poco de dinero para pagar mis luz y mi agua y veremos. Quién sabe, tal vez así tenga algo que contarte… ¿Cómo ves? Sí, sí, está bien. Está bien… ok, adiós, mamá. ¡Te quiero!

Colgó el teléfono, sonrió, volvió la música… calentó agua, preparó un café; el tiempo había avanzado, se sintió satisfecha, sabía que ese día no le dio la espalda a nada. Se relajó en el sofá, café en las manos, lo disfrutó; la canción la detuvo hace rato pero la melodía se quedó con ella.

Su teléfono le notificó dos mensajes, el primero que leyó era de su mamá:

 “Hija… te deposité un poco de dinero. Cuando puedas platicamos. ¡Te quiero!”

El segundo mensaje era el de él…

 “Hola, ¿cómo estás? ¿Qué haces?”

Ella sonrió… suspiró diciendo para ella misma: comme ci comme ça.



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ELLAS (fragmento)
Luis Antonio González Silva
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