BAR GATO NEGRO
Contemplar el cielo,
el jardín oscuro del universo; uniendo estrellas con el fuego de este
cigarrillo mientras observo la figura tan cadenciosa del humo danzar ante mí.
Recordar al unir estrellas
tus lunares y sentir el cuerpo bañado de tus besos, vibrando aún de nuestro encuentro.
Citarnos en el bar El Gato Negro, un lugar que se esconde entre las calles de
la ciudad para no ser devorado por acciones plásticas, un lugar, un oasis para
quienes logran citarse en un momento íntimo y tomar un trago, conversar de algo…
pero es el campo de batalla para la seducción. La atmósfera tenue, un poco de
jazz suave que incita al vaivén de las manos como del el cuello en una total conspiración
sonora donde la complicidad de las miradas es el lenguaje apropiado; con una
decoración salida de aquellas fotografías de un París de oro, donde la
tecnología actual se mantenía como un sueño inalcanzable.
Verte entrar al
lugar, ese vestido negro que entalla tu figura, zapatos altos; observarte
femenina en cada paso; al cargar tu bolso, retirar las gafas oscuras de tu
rostro y tu cabellera cayendo como una gentil cascada de lujuria por tus
mejillas. Te acercabas, me levanté para darte la bienvenida al lugar, retirar
la silla y ser cortés contigo, no tanto, porque al sentarte fui osado al poner
mis labios sobre tu cuello y dejarme un poco de ti en mí. Un gesto que pareció
no ser malo, moviste un poco la cabeza para luego sonreír.
Una conversación
bastante cercana, un par de tragos siendo testigos de esto, y entre las palabras
danzantes ante nosotros escondiendo la batalla que emprendíamos; un roce de tu
mano, miradas que llegaban como dagas para herir amorosamente nuestra piel.
Observaba tus labios,
los poseía ante mí sin tregua alguna, hacías lo mismo al tomar mi boca como tu
rehén. Sentí como cruzabas la pierna, lo sé porque fue tu pie al vuelo el que
me tocaba levemente; respondía a ti, pues la batalla de esta seducción se ha
llevado a todos los niveles. Te miraba fijamente, recité versos que llegaban
como aves feroces por anidar en tu alma, volaban por todas partes, de entre
todos lados; volando al ritmo de la música embriagante del ambiente.
El alcohol se acentuó
en nosotros, nos dio la excusa perfecta para acercarnos más a más. Logré ver
tus labios muy cerca, hasta podía sentir tu aliento vibrando, reclamándome en
cada poro de la piel; tu oído fue endulzado, vestido con mi voz al confesarte
el deseo que brota dentro de mí, deseo que surgió al contemplarte cruzar el
umbral de un mundo gastado en lo real a este mundo que en cada momento fuimos
construyendo como nuestro. Seducir directamente a tu espíritu con esta voz que
fue adentrándose, abriéndose paso por ti; tocando tu corazón, fuente de ideas,
seguir en toda tu piel para inundarla con la vibración que coloqué en tu cuerpo
hasta llegar a poseer tu sombra.
Las caricias furtivas
fueron acentuándose, se dejaron caer como fieras sobre su presa llevándonos al
valle del deseo, hambrientos uno del otro, sedientos de más.
El trayecto hasta ahí,
el lugar final de aquella cita, lugar palpable que se hace nombrar El Amanecer;
se nos hizo agua, dejamos el tiempo a un lado por la urgencia nuestra de
tenernos.
Entramos, abriendo la
puerta con una señal para que una dama diera pasos elegantes en el recinto;
pero al cerrar la puerta se percibía el aroma dulce del clímax de esta batalla…
tomé tu cintura para hacerte hacía mí, atrapé tu rostro entre mis manos para reflejarme
antes de perderme en tus labios; ese beso nos transportó fuera del universo y
nuestros cuerpos emprendían reacciones para conmemorarlo. Tus manos llegaban
como serpientes y me dejaba cautivar por ti. Entre besos, perdías terreno ante
mí, iba cercándote, llevándote al lecho que grita por abrazarnos pero en un
descuido, sumergido en el incontrolable deseo por verme dentro de ti; te
liberabas para tomar mi mano y arrojarme al sofá, sin darme un respiro, la belleza de tu cuerpo me hacía prisionero. Tus
piernas sobre mi regazo, dominándome, dejando en libertad a mi boca sólo para
ti. Desnudarte, retirar ese vestido que encendió la furia de tenerte, exponer
tu piel; consumirla a besos y lograste sentir como este cuerpo reaccionaba por
ti, se excitaba cada vez más por ti. Tus manos bajaban, desnudabas mi torso,
bajan más y tenías entre ellas al sátiro sediento de tu valle perfumado de amapola.
Despojados de toda prenda, fue un acto fuera de nuestros pensamientos; eran
ambos corazones los que latían en aquel suspiro por ya encontrarse, unirse en
único ritmo; refugiándose cariñosamente.
Sentí el dulce lago
que nacía de entre tus piernas abrazando mi sexo; nos sentíamos en fuego dentro
de la humedad que habíamos generado. Tus caderas se movían en un vaivén
sensual, mis labios sobre tu cuello y te llevaba hacía atrás para que dejarás
ante mi boca tus bellos senos, detenernos, saciar el capricho de morderte,
besarte y pasar la lengua en tu pecho. Momento de calma y calor, donde te dejé
caer sobre el sofá para cubrirte con mi cuerpo, poseerlo; reclamarte como mía.
Tus piernas me daban
la bienvenida, y sin dudarlo, comencé a penetrarte; buscando tu corazón dentro
del laberinto… instante donde fui
capturado por tu cuerpo al mismo tiempo que lo hacías con la mirada, instante más dulce, feroz, tierno y lleno de
lujuria que fuimos derramando ahí, en todos lados. Moverme, llevarte, empujarte
con cada movimiento al penetrarte; observando tu cuerpo sucumbir ante el mío;
cada vez más rápido e intenso, buscando la vida al morir junto a ti en un
suspiro, estallar en el fruto bendito del deseo, mordernos los labios, bebernos
y comernos al regresar del fin del universo en un cálido orgasmo…
Mares de cariños, de tiernas
caricias mientras yacíamos desnudos uno con el otro; recuperándonos de esa vida
nueva para volver a comenzar, explorarnos y volar fuera de todo, a nuestro
mundo.
El tiempo regresó, te
observo dormir plácidamente y es cuando me acerco al balcón para apreciar la
noche, a unir estrellas como lo hice con los lunares de tu cuerpo.
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