El cuervo y el sol
El inicio del otoño es una fecha que marca
tantas cosas en el mundo, pero en la entrada al otoño se ha dado un cuento que
ahora vengo a relatarles.
Hace tiempo, un cuervo negro y loco volaba
con gran orgullo por todo el cielo; muchos animales lo veían volar muy alto
pero nunca sabían dónde descansaba. Ese cuervo era muy inteligente, engañaba
fácilmente; pero por más que lo seguían, nadie encontraba su nido. Ese cuervo
compartía un árbol muy lejano a todo con otros tres cuervos. Un día, en uno de
sus vuelos pudo ver a una hermosa ave de color blanco con unos ojos turquesa;
era una hermosa ave que volaba muy alto y se perdía en el sol. Todos los días
ese cuervo volaba para encontrar a esa ave blanca y cuando lo hacía, ella se
perdía en el sol. En una noche, el cuervo pensó qué hacer para alcanzarla, hizo
de todo pero no funcionaba, siempre el mismo resultado; fue cuando vio una
estrella en el cielo nocturno que tuvo la idea de volar lo más alto hasta
llegar al sol, porque se dio cuenta que su plumaje negro le impedía volar hasta
ella, pensando que el sol le pintaría su plumaje de blanco. Se preparó y apenas
llegó el alba, emprendió el vuelo.
Antes del mediodía, el cuervo encontró a esa
ave y la persiguió, volaban por todos lados, arriba y abajo, conceptos que las
aves no conocen cuando nadan en el cielo; en un instante, esa hermosa ave
blanca comenzaba a volar rumbo al sol y el cuervo tomó todas sus fuerzas para
seguirla. Más alto, más arriba… el cuervo luchó y luchó contra el sol, y esa
ave hermosa detuvo su viaje para acercarse al cuervo y le dijo: No, tú no perteneces al sol; naciste en la
obscuridad y ahí perteneces; no puedes negar tu naturaleza.
El cuervo sintió esas palabras como dagas
ardiendo en su corazón y sus alas no respondían más; cayó de muy alto hasta
impactar con el suelo. El pobre cuervo se quedó inmóvil, lloró mucho mientras
que la sangre abandonaba su cuerpo y el dolor se incrementaba en sus alas
rotas; en eso, el llanto fue escuchado por una serpiente verde con ojos rojos;
sus colores eran muy intensos, no parecían reales. La serpiente se arrastró con
tremendo sigilo dónde estaba el cuervo, lo miró un momento para acercarse: Hola, ¿qué ha pasado contigo? Le dijo la
serpiente, y el cuervo contestó que estaba ahí esperando la muerte. El impulso
natural de la serpiente era comerse al cuervo, su naturaleza se lo dictaba pero
lo que hizo fue sorprendente. Ella se acercó, se enrolló alrededor del cuervo
para darle calor y así pasar la noche. Cuando llegó la mañana, la serpiente se
arrastró en busca de agua que puso en su boca para darle de beber al cuervo,
pero estaba muy débil y había perdido mucha sangre; en un acto aún más
sorprendente, que nadie pudo imaginar, esa serpiente se mordió en uno de sus
costados para sangrar y las gotas las dejaba en las heridas del cuervo. Se
mordió todos los días y todos los días le llevaba agua en su boca para que ese
cuervo sanara sus heridas. Una noche, el cuervo le preguntó: ¿por qué eres tan amable conmigo? Somos
enemigos naturales, no debes hacer esto. Yo busco la muerte y pensé que cuando
llegaste me darías la salvación, pero veo que me salvaste sin darme la muerte.
-¿Aún buscas la muerte? -Dijo la serpiente.
-No lo sé, no puedo pedir la muerte y menos
ahora que alguien me ha ayudado sanarme.
La serpiente sonrió, se volvió a enrollar en
el cuervo para mantenerlo tibio y pasar una noche más. Al despertar, los
cuidados de la serpiente tuvieron éxito; el cuervo estaba sanado, sus alas las
podía extender y su plumaje ahora tenía un hermoso color tornasolado al tacto
del sol pero ahora también, sus ojos tenían el color rojo, como si tuviera dos
pedazos de carbón encendidos. El cuervo se jactaba de su nuevo plumaje y sus
nuevas fuerzas; emprendió el vuelo y se percató que ahora podía volar mucho más
alto, todo, gracias a la sangre que esa serpiente le regaló porque ya su
corazón puede soportar cualquier cosa y su cuerpo responde a ese nivel. Bajó,
se acercó a la serpiente para agradecerle pero la serpiente no se movía; la
tocó un par de veces más y ella respondió con una leve sonrisa, ella estaba
bastante débil, estaba al borde de la muerte.
-Dime, ¿por qué lo hiciste? Somos enemigos
naturales y ahora me has dado tu vida. ¿Por qué?
-Porque eres como yo. -Dijo la serpiente.
-Eres como yo, somos seres que nos tachan de malignos cuando no saben quiénes
somos en realidad; no te lo niego, sí tuve el impulso de matarte pero luche
contra mi naturaleza para demostrar que no soy quien dicen que soy. Mírate,
cuervo; te ves hermoso con ese plumaje y te ves fuerte.
-Sabes bien que estás muy débil, no puedo hacer
mucho por ti. Pero dime, ¿qué hago?
-Somos enemigos naturales, ¿no? Dame la
muerte, ya no tengo fuerzas para moverme, me cuesta mucho hablar. No quiero
morir así, quiero que seas tú, mi enemigo natural, quien me hará descansar. -La
serpiente cerró los ojos y una lágrima caía de ellos; estaba feliz porque pudo
cambiar su naturaleza, se demostró que pudo hacerlo. El cuervo suspiró
profundamente, le puso una garra en el cuello y de un fuerte picotazo, le
rompió la columna a esa serpiente para emprender el vuelo.
Al llegar hasta su nido, los otros tres
cuervos lo esperaban: ¿No que te ibas al
sol? Le dijo uno de ellos, pero él contestó que tuvo que regresar para
contarles su historia con lujo de detalle. Uno de los cuervos, al final de la
historia le preguntó: ¿Aún volaras al
sol?
-Sí, pero esta vez sé que lo lograré. No sólo
lo hago por mí, no sólo por llegar dónde está esa hermosa ave blanca; lo hago
porque he aprendido a domar mi naturaleza para encontrar mis nuevos límites y
romperlos.
Los demás cuervos emprendieron el vuelo
nocturno pero ese cuervo se quedó esperando el alba para intentar llegar al
sol. "Mi enemiga natural, me ha
enseñado lo que me faltaba por aprender. Por ella llegaré al sol. Acepto mi
naturaleza, acepto mis límites y ahora, buscaré mis nuevas fronteras."
Pensó el cuervo, extendió sus alas y emprendió el vuelo más alto de su vida.
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