Ese
teléfono que suena tan de mañana en mi día libre, nunca es algo bueno cuando
eso sucede. Una vez más Marcelo, mi corrector de estilo, quien ahora me informa
que debo viajar mañana mismo a Querétaro para una reunión con una mujer que
está interesada en crear un libro junto conmigo sobre erotismo. No sé a qué se
debe tal hecho, pero no escribo sobre erotismo ya que sólo dejo que mis
recuerdos se abracen con mis fantasías.
En
fin, la curiosidad es más grande y a Marcelo le digo que lo veré mañana en el lugar
y hora acordados.
Es
un fastidio para mí el estar empacando y desempacando, tengo siempre la
sensación de que algo olvido en el hotel. Busco mi maleta, una pequeña para un
viaje de un par de días. Ahí, en esa maleta azul con franja gris que esta vez
usaré para ir a Querétaro he encontrado un botellita con shampoo del Hotel
Marina, en Huatulco. La abrí y el aroma me ha recordado a ti, de esa vez que
nos fugamos a ese lugar, lo que vivimos y lo que hicimos.
Jugamos
a ser desconocidos, nuestras habitaciones eran cercanas una a la otra. Nos
instalamos y cada quien llegó por separado, nos registramos y ya instalados en
nuestras respectivas habitaciones tomé un pedazo de papel y lápiz, coloque
letras sobre él, salí a hurtadillas de mi habitación para encontrarme con tu
puerta, doblé el papel, deslizándolo por debajo de ella, tocando dos veces y en
el acto, más rápido que de prisa me dirigí a mi habitación.
El
mensaje decía:
¡Hola!, disculpa mi atrevimiento pero te
observe en el lobby del hotel. Quisiera invitarte a tomar algo en media hora,
¿te parece bien que nos veamos en el bar del Hotel? Te estaré esperando.
Diego,
habitación 213.
Ya
en mi habitación, me duche rápidamente y me puse ropas más frescas, pero un
atuendo para llamar tu atención. Camisa roja de manga corta, con un par de
pantalones blancos, casi un color hueso; aunque quería estar descalzo sabía que
no debía hacerlo, por ello me coloqué unas sandalias color café, ya que el
calor era de tenerse muy en cuenta.
Me
dirigí rápidamente al elevador y vaya mi sorpresa al verte ahí, estabas tan
hermosa; llevabas una falda larga, de esas de tela muy fresca como de manta de
color blanca, unas sandalias que cubrían tu pie, así como huaraches pero muy
bonitos de color turquesa; una blusa muy ligera de mangas cortas del mismo
color que tus sandalias; tenías tu cabellera en una coleta y en tu cuello un
hermoso collar de piedras blancas y turquesas. Simplemente hermosa, muy
hermosa.
En
silencio nos adentramos a dicha máquina, te pregunté a que piso ibas y me
contéstate que al lobby, te sonreí. Un par de segundos en silencio con el
movimiento del ascensor y esa musiquita de fondo tan rara, mirando a los números
que decrecían te dije: —¿Entonces, me aceptas el tomar
algo? —Me mirabas extrañada, sonreíste.
—¿Diego del
323? —Dijiste.
Eso
era buena señal, recordaste mi nombre. Me diste tu mano en saludo: —¡Hola!, mi nombre es Valentina.
Bajamos
al bar, pediste un whisky en las rocas y yo como no conozco mucho de eso, pedí
lo mismo que tú. Creo no importaba la bebida, si no la conversación.
Platicamos
largo rato, comentamos el porqué de estar ahora en este hotel, expresé que
estaba por reunirme el día de mañana con un escritor para una entrevista; me
decías que fuiste porque un amigo se casaba el día de mañana y que asistirías a
la boda pero querías llegar un día antes para no asistir cansada del viaje; era
una conversación agradable, intercambiamos palabras, varias cosas y unas risas
por un par de chistes míos, y he de reconocerlo, no eran buenos chistes pero creo
nos reíamos por compromiso.
No
sé si fue el alcohol, el calor o tu belleza mujer pero creo, fue el hecho de
que mañana ya no te vería y el pedir tus datos para una próxima reunión sería
vivir en una fantasía. Me armé de valor, no tenía nada que perder y de serlo,
sería una buena historia que contar, pero claro, con un buen final. Así pues,
dije lo que mi corazón gritaba pero era el llamado de todo mi cuerpo abrazando
mi alma:
—Valentina,
quiero hacerte el amor. Quiero llevarte ahora mismo a mi habitación, desnudarte
porque quiero besar tu cuerpo; pasar mi piel sobre tu piel y pensar en la
siguiente caricia. Quiero hacerte el amor, ahora.
No
olvidaré tu mirada, asombrada miraste hacia un lado y al otro como si buscarás
saber si otras personas escucharon mis palabras o sí eran en verdad que a ti,
mi confesión te declaraba.
Yo
estaba al borde de la humillación, por más que dijera algo no sería apropiado
para disculparme, decirle que fue el alcohol sería una total mentira; ya lo
dije, no me retracto y no pienso disculparme.
Estaba
por decir una tontería, cuando tomaste mi mano y dijiste:
—Diego,
quiero que me hagas el amor.
No
sé cómo llegué al elevador contigo, pero ya estaba besándote. Yo apoyado sobre
una de las paredes y tú enfrente de mí. El sonido, el timbre que anunciaba el
piso que habíamos elegido nos indicaba que las puertas están por abrirse.
Salimos, y cuando me dirigía a mi habitación, de un leve tiro de mi mano me
llevabas a la tuya, abriste y ya dentro, todo comenzó.
Abriste
la puerta, me adentraste a tu habitación. Cerraste y colocaste el seguro; te
miraba y fue cuando tus brazos rodearon mi cuello, te abracé y nos besamos. Te
separé y delicadamente tomé tu mano y nos dirigimos a la cama; te di la vuelta
como si estuviéramos bailando un plácido tango, pero quería ponerte de espaldas
a mí; te abrace por la cintura, acariciaba tu vientre pero era como si pidiera
permiso para desnudarte. Susurré a tu oído: —Estoy muy
excitado de ti, Valentina.
Tus
manos se alzaron para acariciar mi pelo, era la señal que me bastaba. Tomé tu
blusa, la alcé para apartarla de ti, la arrojé no muy lejos; te quite ese
coqueto pero misterioso brasier, liso color azul cielo pero con un encaje
decorativo color rosa pálido, hasta en eso eres sensual, mujer. Al hacerlo,
besé tus hombros, tu nuca, cuello entero y tus brazos que se relajaban por mis
caricias en tu piel ya desnudándose por completo. Te giré con cuidado para
desatar tu falda, mientras lo hacía te besaba; tus brazos sobre mi cuello
anunciaban que la falda, prenda de viento se desplomaba. ¡Qué hermosa eres,
siendo quien eres!, ¡ahora aquí, casi desnuda en vísperas de amarte haciéndote
el amor! Dejé sin quitarte tus bonitas sandalias y esa última prenda que hacía
juego con tu brasier que ahora descansa a un lado de ti; quiero dejar para
después ese bikini pequeño que cubre tu sexo pero que enmarca tus nalgas de
manera que el deseo se vuelve tan loco como mis sueños.
Abrazados,
me quitabas botón a botón mi camisa, cada que lo hacías me mirabas con esos
ojos de malicia que incrementan esta excitación por ti; llegabas hasta mi
pantalón y lo desabrochabas, me encanta que entre tus manos tomes mi falo, lo
acaricies con fuerza pero luego lento, como si jugaras un poco conmigo.
Te
recostaba en la cama pero deje que tus caderas estuvieran al borde de la misma;
me arrodillé a ti y besaba tus piernas hasta llegar a tus pies, desnudarlos de
esas bonitas sandalias, para después quitarte esa prenda que me separaba de ti,
de toda desnuda. La retiré lentamente besándote, y luego llegar a tu boca,
besarte y una vez más tomaste entre tus manos mi pene y como estaba cerca de tu
sexo, lo usaste para frotar un poco, y eso me demostró que estábamos excitados
uno del otro, sentirnos húmedos, cerca uno del otro.
Deslizaba
mi boca sobre tu cuerpo, porque mis labios tenían sed de ti, mujer, quería
hacerte un poco de sexo oral, un poco pero con algo de trampa. Antes de
comenzar, besaba tus piernas y con mi mano discretamente llegaba a mis
pantalones en el piso, tomaba una de esas laminitas refrescantes, la coloque en
mi lengua esperando a que se disolviera rápidamente, y cuando eso ocurrió, me
acerqué a tus labios de mujer, de flor tuya, mujer. Ahí, soplé levemente y
pudiste sentir un poco de la frescura que nacía de mi boca, con mi lengua
recorrí de arriba hacia abajo y viceversa, volví a soplar y luego a hacer un
poco de succión, un poco y ya. Con mis manos separaba tus labios, lamía y
soplaba, abrazaba con mi boca y lamía, lamía y soplaba. Sentía que percibías
esa sensación tan rara pero placentera; tus piernas sobre mis hombros rodeaban
mi cuello y parte de mi espalda en señal de que en verdad eso era placentero.
Con mis manos, tomaba tus piernas para separarme de ti, me incorporaba y te
daba la vuelta, aun así, tus caderas siempre al borde de la cama; me acercaba
a tu oído:
—Estoy muy
excitado, mucho más ahora estoy deseándote, quiero ya, estar dentro de ti
Valentina.
Mi
mano derecha recorría tu espalda, bajaba y con uno de mis dedos jugaba en cerca
de tus tersas nalgas; mi mano buscaba acariciarte ahora, y en respuesta abriste
un poco las piernas, inserté un dedo, luego lo saqué e inserte otro, ahora lo
retiraba, y juntos, esos dos dedos te acariciaban, muy dentro y en forma de un
leve gancho. Te acariciaba y tu palpitar dentro lo sentía latir entre mis
dedos, muy rápido, rápido; así unos largos segundos; podría ver como con tus
manos agarrabas las sábanas, las estrujabas y eso me incitaba a seguir, como
pude incremente un poco la velocidad; pude sentir en tu cuerpo un leve espasmo,
uno pequeño y fue la señal para que mis movimientos se incrementara más pero
sólo un leve instante, para después disminuirlo lentamente y terminar
acariciándote, volviendo a besarte con mis labios tu sexo, soplando pero esta
vez, lamiendo muy delicadamente y sentir como respondía ese latir tuyo después
de ese leve espasmo coronado con un gemido tuyo.
Te
besaba la espalada, tu cuello y me percaté que te girabas, y te hacías hacía
arriba de la cama. Con tus manos tomaste mis mejillas, me besabas como
invitándome a estar dentro de ti. Me dirigía hacía a ti, te recostabas y
volviste a tomar mi pene, ¡vaya que eso me gustó mucho que hicieras! Estábamos
besándonos, me seguías acariciando; te recostabas más, pero no me soltaste, me
guiabas a tu vagina, y con mi pene te acariciabas, lentamente pero yo estaba al
borde de la locura. Yo me hacía adelante, no pensaba porque ya quería estar
dentro de ti. Pero me mordías un oído levemente, me decías: —aún no, quiero que sientas lo que yo sentí con tus
manos.
Ese
vaivén tuyo con tu mano, acariciando tus labios de flor, mujer, me estremecían
mucho, me dedicaba a sentir, era tan cálido y placentero que te expresé: —espera, espera… —Creo esa era
la señal que buscabas en mí, y con toda tu mano, tomaste mi pene y lo
sujetabas, me masturbabas rápidamente. Era lo que buscabas, y de manera
inevitable, natural a tanto placer por ti recibido, tuve que mojarte con mi
semen, ahí, en un titubeo tuve uno de mis mejores orgasmos por ti, mujer.
Sonreías
al verme así, inmovilizado por ti. Me recosté a un lado tuyo, nos abrazamos y
seguías sintiendo mi palpitar por ti. Nos besamos, nos acariciábamos, era una
conversación con besos, unos muy apasionados. Te giraba, y me ponía sobre de ti
mujer.
—Ahora,
después de todo esto —le dije—. Es cuando puedo decirte
que estoy más excitado que nunca.
Te
besé, y entre tus piernas me adentraba. Te decía que volvieras a tomar mi falo,
que lo acercaras a ti y era porque esta vez quería penetrarte, estar dentro de
ti. Me tomaste de las mejillas, y me decías esperara un poco, que nos besáramos
y así fue; muy cerca del buró estaba tu bolso y de él sacaste un pequeño
frasco. Me girabas, estaba boca arriba y de ese frasco lo vertías sobre todo mi
pecho, formando una línea hasta mi sexo. Era un aroma a canela con manzanas;
era una fragancia placentera y un tanto cálida; con tus manos me frotabas con
dicho aceite hasta llegar a mi pene que ha quedado muy lleno de dicho líquido.
Era un momento, es que te sentabas sobre mí, pero mi pene paralelo a mi vientre
porque lo aprisionabas con tu vagina; no había penetración porque me frotabas
con tu cuerpo, nos frotábamos y eso en verdad fue muy placentero. Era como si
jugaras a que en un descuido, por nuestra piel resbalosa, yo te penetrara. Así
fue, después de unos segundos de juego, ya estaba dentro de ti, mujer. Te
movías lentamente, adelante y hacía atrás, te vía sentaba frente a mí desnuda
pero imaginaba el verte de espaldas, ver tus caderas moverse; hasta haciendo el
amor contigo me excita pensarte desnuda. Movimientos de arriba y abajo, la cama
bailaba con nuestros ritmos, hasta que te acercaste a mi oído y me dijiste: —penétrame, quiero ser tuya… —y entre jadeos lo dijiste, y estaba prendido de ti. Te
retirabas, y a un lado mío te recostabas; te hice el amor, te penetre y te hice
el amor.
Rápido,
lento muy rápido y despacio. Un paso arrítmico pero placentero; no lo hacía en
automático, lo hacía completamente excitado por ti. Te hacia el amor, pero
también estaba dentro de ti, penetrándote de las maneras que pudiera, que me
dejara esta excitación por ti. Llegó el momento, en que los dos nos entregamos
a distintos espasmos a destiempo, leve destiempo. Estábamos cansados, pero
seguíamos abrazados. Nos besamos, las caricias eran tiernas en toda esta
desnudez completa, de ambos.
Acariciados
por nuestro deseo, lentamente nos relajábamos. Te miré un largo rato en
silencio, preguntabas con una sonrisa el porqué de lo que hacía y respondí:
—Estas
habitaciones tienen tina, una muy grande. Deseaba bañarte en esa tina con agua
tibia, mojarte tu piel; besarte y consentirte mucho. Quiero bañarte en esa
tina, que el agua te acaricie, consentirte, Valentina. —En eso, me besabas, sonreías—. Estoy pensando en el nombre que usaré mañana, aunque
me gusta mucho Valentina. Pero esta vez me tocará a mí abordarte y consentirte.
Ok?
Nos
besamos…
Los
tres de los cinco días que estuvimos en Huatulco, jugamos a ser personas
distintas. Jugamos que éramos detectives de esa serie nuestra, serie favorita.
Tres días fuimos desconocidos que nos encontrábamos por casualidad en Huatulco,
nombres y personalidades distintas, incluso dentro del sexo fuimos otros; la
regla era que no éramos quienes éramos. ¡A disfrutar, a disfrazarnos de otra
personalidad! Sólo el cuarto y el quinto día, usamos nuestros nombres
completos, verdaderos.
Dejamos
una habitación, ya no la necesitábamos. La última noche, nos sentamos en la
cama y nos contamos las experiencias sexuales que tuvimos siendo extraños, como
si nos reuniéramos por primera vez en Huatulco. Después de nuestras
confesiones, de nuestras confesiones mientras actuábamos siendo otros y como
siendo esos extraños tuvimos sexo; al final de dicha conversación hicimos el
amor tranquilamente, con pausas, teníamos tiempo de sobra porque ahora, éramos
nosotros mismos.
Lo
que esa pequeña botella de shampoo de hotel me recordaba; creo me es más fácil
recordar a detalle mediante los aromas, fragancias de placenteros recuerdos y
memorias.
Te
comencé a recordar, mujer. Tomé mi teléfono celular y te mandé un mensaje:
¡Hola, Bonita! Me gustaría verte el día
de hoy para tomar un helado y caminar un poco. Quiero verte, sí es que tienes
tiempo.
En
pocos segundos me contestabas el mensaje:
Hola ni?o, No estoy en la ciudad. Estaré
unos días en Quer?taro :(
Mi
sonrisa no puedo ser más grande, y con esa botellita de shampoo en la mano…
Mañana estaré en Querétaro, espero verte
Valentina… Atte: Diego.