Se acercó a mí, un acto inofensivo para
compartir la misma banca en espera del próximo tren. Estaba leyendo el
periódico cuando un aroma a flores dulces me hizo dejar la lectura para
adentrarme en la portadora de dicho perfume. Al girar a mi derecha logré observarla
texteando en su teléfono, la primera impresión que me dio fue que estaba
buscando empleo, puesto que nadie se arregla tanto para ir a trabajar, junto
con nervios como ramas en las manos. Muy joven, eso indica que no va la
universidad, ya que un pequeño bolso con un folder, no es suficiente para tomar
clases, además, este tren no tiene parada en algún centro de estudios; este es
el tren de los trabajadores, rumbo a cientos de oficinas, edificios, comercios…
el tren perfecto para recolectar víctimas.
Regresé a mi lectura, pero sólo fue para
despistar mis pensamientos, sabía de antemano que tenía 7 minutos con 30
segundos antes de que arribe el siguiente tren, tiempo suficiente para dar mi
primer paso.
Recordé a Julieta, siempre la recuerdo
momentos antes de esto; debe ser porque ella fue la primera. Aquella vez ya
tenía todo planeado, pero el diablo es hábil para sembrar pormenores, es como
si se excitara al saber cómo responde uno ante las situaciones, según esto,
planeadas a detalle; Julieta nunca pensó que al levantarse esa mañana jamás
volvería a regresar a su hogar, comentó en la plática que tenía un perro que
amaba mucho, que estaba nerviosa porque a dos meses se efectuaría su fiesta de
compromiso con un tipo digno de su familia, y lo mejor de su día, al menos eso
contó, era que debía darle la noticia a su futuro esposo de que estaba
embarazada. Al saber de aquellos aspectos importantes de su vida, me incitaron
a seguir. Abordarla fue sencillo, nadie sospecha de un rostro serio, portado y
amable, bien parecido, vestido elegantemente; dando muestras de un lenguaje
culto sin caer en la arrogancia o en el tratar de impactar. Aquella
conversación inició con la pregunta de una noticia del periódico, no para crear
un debate, tampoco para quejarme, sino por el simple hecho de hablar en voz
alta en espera de una réplica, la cual fue una sonrisa, y eso me indicó que el
anzuelo entró en su mente.
La seducción es un arte bastante fino, pero
no tengo el propósito de tener sexo con ellas; yo busco algo más allá de
satisfacer un deseo por unas piernas, y después de pensar tanto en mis
acciones, tomé la decisión de hacerlo. Mi posición en la sociedad me ha dado el
poder suficiente para adentrarme en el mundo sin tener que dar mi nombre y
siempre cubriendo mi rastro; fue fácil, ya que tantos hombres como yo, buscan
saciar sus deseos prohibidos en otros países, cuidando su imagen de hombres
intachables, dignos ejemplos de moral ante una sociedad que se cae cada día más
en el fango del abismo; doy gracias a esos hombres lujuriosos por señoritas,
por sus parafilias, por tener hambre de desfogarse en un total espacio
clandestino.
─¿No te parece extraño que el gobierno nos
aumente el salario mínimo? ─Le pregunté a esta chica a mi derecha, sabiendo que
el tema le sería de su agrado.
─No lo sé ─contestó─, al menos quisiera saber
lo que es recibir un salario.
─Disculpa mi comentario, pensé que ibas a tu
trabajo.
Comenzó a decirme lo que ya sabía, que estaba
a minutos de ir a una entrevista de trabajo. Me ofrecí a ayudarle, dándole
consejos discretos de cómo responder ante un reclutador. El trabajo que
perseguía era el de asistente de secretariado, un puesto en los escalafones más
bajos, pero la convicción de ella por ir subiendo dentro de esos esquemas le
impulsaba a arriesgarse, bueno, también la enfermedad de su madre y sus
medicinas; un sueño truncado por tener el grado universitario pero una vez más
el Sistema absorbe nuevos peones para consumir de ellos.
En el trayecto del tren seguimos conversando,
tengo esa cualidad de proyectar confianza en las personas y mantener un perfil
bajo, es decir, no intento impresionar a nadie.
Ella, quien ha confesado su nombre,
llamándose Génova, fue relajándose en todo el tiempo que estuvimos juntos
platicando, hasta que llegamos a la estación donde debía bajar.
─Aquí es… me tengo que ir.
─También es mi estación ─le dije.
─¿No me digas que eres tú quien me hará la
entrevista? ─Comenzó a reír.
─¿Sería muy malo si así fuera?
Su rostro cambió de repente, a lo cual le
comentaba que debía ir a ese mismo edificio porque tenía una cita con uno de
los administrativos. Se había espantado un poco, pero es parte del juego. Ella
tiene la creencia que hay señales en que se muestran ante uno para guiarnos a
un destino de abundancia, amor y prosperidad. Por ello se asombró tanto de mi
pregunta, de seguro pensó que era una señal.
Al estar frente aquel edificio, me despedí de
ella con el deseo de que tuviera mucho éxito. También le ofrecí mi tarjeta, y
que si no resultaba la entrevista, tenía la opción de llamarme, ya que estoy en
busca de una asistente para mi socio.
─¿No vas a entrar?
─Fumaré un poco, tengo tiempo aún. Descuida,
todo saldrá bien.
La observé alejarse y perderse detrás de esos
guardianes de cristal, yendo al vestíbulo para enfrentar su destino.
Encendí mi cigarrillo, fumé una bocanada más
y tomé mi teléfono para contactar a mi asistente. Le ordené que moviera hilos
para que a la Señorita Génova Ramírez Castro, no obtuviera trabajo alguno en el
Corporativo Vasconcelos; incluso, que en plena entrevista le hicieran el
anuncio de que ando en busca de una asistente.
Me tomé mi tiempo, y aproveche para visitar a
unos conocidos en el Corporativo, todo para hacer tiempo en lo que Génova me
llamaba.
Observé mi reloj, y bajé al vestíbulo
lentamente, como si supiera lo que se avecinaba en la siguiente página del
libro. Al aparecer, Génova había tenido una entrevista fuerte donde el tipo la
medio humilló, quebrantando su espíritu y activando la creencia de las señales.
Le invité a tomar un té para calmarla, y ahí,
empezar una nueva entrevista de trabajo. Al aparecer puso total atención a todo
lo que le comenté en el tren. Acordamos que el trabajo era suyo, pero debíamos
hacerlo de una manera formal, ya que no sería bien visto que la entrevista
fuera en una cafetería. En eso, recibí una llamada, expresándome que mi
automóvil ya estaba listo. Pedí de favor lo trajeran a donde estábamos.
─Génova… en minutos me traerán mi automóvil,
estaba en el taller. Vaya que fue una suerte el usar el tren y encontrarte ahí.
─Ves, nunca dudes de las señales.
Sonrió, y en mi mente pasaban varias frases
irónicas a esto: “¿Acaso tu madre no te dijo que nunca debes hablar con
extraños y más cuando las señales son claras?” Pero me doy cuenta que no sabe
lo que le espera.
En minutos llegó un chofer con mi automóvil,
y le pedí a Génova que me acompañará a la oficina para concluir el proceso de
entrevista y tomará las primeras indicaciones sobre sus labores para mañana.
Al ir conduciendo, le pedí de favor que
abriera la guantera y me pasara un dispositivo USB; al hacerlo, ella se inclinó
un poco, abrió el compartimiento, y como le comenté que la USB estaba hasta el
fondo, se acercó más… y un pequeño rocío le cubrió el rostro. Ella se asustó,
pero en poco tiempo su cuerpo se detuvo hasta convertirse en una muñeca sujeta
por el cinturón de seguridad.
Subí el volumen de la música, y me dirigí a
mi guarida. En el camino saqué de mi bolsillo del saco un anillo que coloqué en
mi mano izquierda; tomé mi teléfono y le marqué a Génova, dejando que me
mandará al buzón de voz, permitiéndome colocar un mensaje: “Hola… ¿qué pasó?
¿Todo bien? Ya no logré verte a la salida de las oficinas. Llámame si puedes.”
Hacer esto me permitió localizar su teléfono, e inmediatamente apagarlo.
En un semáforo, recliné su asiento y le
coloqué en el cuello una almohada en C, todo, para aparentar que estaba
dormida. Un par de mujeres observaron el “gesto amable” que tuve, y me
sonrieron, también les sonreí pero les mostré mi anillo, reflejándoles que
estaba casado con ella, con, Génova, mi víctima.
Salimos de la ciudad, llegando a una
comunidad apartada donde los terrenos son muy amplios para albergar grandes
casas. Sitios así son perfectos, porque uno puede ser vecino de grandes
empresarios o de narcotraficantes, un lugar apropiado para que nadie observe
por las calles, nadie pregunte nada y la policía jamás se adentré en el oro y
marfil de estas casas.
Las puertas automatizadas me dieron la
bienvenida, estacioné en el garaje cubierto. Antes de bajar, observé mi reloj
para corroborar que aún tengo tiempo para inyectarle el antiveneno a Génova.
Bajé, tomé la caja de herramientas donde guardo mis “utensilios primarios”, y
fui hasta ella, abriendo la puerta para luego colocarle unos brazaletes en
manos y pies, amordazarla; colocar su bolso, folder y demás artículos en una
bolsa. Después, tomé la jeringa, la llené lo suficiente para inyectarle directo
al cuello. En segundos comenzó a moverse, y la ayudé a salir del automóvil. La
llevé hasta mi habitación oscura, la senté en una silla para que los brazaletes
se anclaran impidiendo cualquier movimiento.
Encendí un cigarrillo en espera de que el
efecto fuera completo, y ella me observó aterrada, intentando pedir ayuda, pero
era inútil.
Le dije con suave displicencia:
─Hola, Génova… vas a morir.
RELATO: La última palabra de Génova.
AUTOR Luis Antonio González Silva
